Palabras cardinales...
Un eco desmedido me acompaña desde el día en que llegué a este Universo.
Una luz como nube que transita conmigo es el techo de mi casa en este tiempo.
Un suelo que alberga hierba que se seca intento tal vez modificar con una alfombra.
Un ir y venir por largo pasillo de hojas de otoño es cálido abrigo. A veces me ahoga pues las hojas de vez en cuando se revuelcan porque indudablemente están vivas pero entonces lo ordeno y no hay más razón para estar inquieto.
Un relato que camina a mi lado es la suerte de la espera, él recompone las historias que no fueron y trajina con los días ocultos del invierno. Y no llegar es la forma de habitarlo porque es indudable que ha ocurrido, ha sido porque tan sólo existe en la otra puerta que la objeción ha definido.
Un abrir de ojos y una historia cualquiera de las 100 puertas está ahí; todo está siendo, sumergido en un cerrar de ojos. ¿Qué puede hacer el insecto con su casa...
Sinfonía de la escalera
Ciudad profunda, que te toque hoy sin el fuego de tu originalidad y tu partida no es arte de la invocación de algún anillo de la sagrada fuente de tus ríos, mas si lo es del encuentro del pez con la incógnita del océano. Insignificante es tu nombre para las analogías compuestas desde la escalera: geografía aparecida de la piedra que transita desde el juego al invisible basurero; veredas asediadas por el viento aguardan a esa, la otra región de figura embriagadora que entona melodías sobre el vidrio de sus islas. Augusta lentitud de tu subida conmemoran los ángeles que te propagan real aún cuando la filiación de tu casta se divida entre el intento y la mentira, mostrando papeles de letras perdidas que por no hablar de ti se pierden en ceniza.
¿Quién dice que no hay voces en el río? He salido a buscarlas para despertar el acertijo. Explorar el rastro con el agua al cuello y la piel perdida que enciende luminarias. Qué mundo anchuroso para tan solo una calle, una arboleda, un farol que convida al lugar de la semilla... Presenciar la canción de los espectros con todos los temblores del Gigante. Olvidar lo que al Sol excede cuando se vuelve... huída, llegada.... Relato lanzado del Mundo, no saber a dónde debes volver esa es la entrega.
-¿Desde qué Mundo amas? – Era la pregunta intentada tantas veces y que hasta esa mañana sólo había arrojado escritos cientos dependiendo del rostro, siempre entrecortado hacia el nivel de los ojos en enjambres de gestos defensores de cada presente.
Bárbara gustaba de todos los refugios; le había quedado en la huella de aquel juego que en la infancia alcanzaba su ritmo más agudo en el extravío de la mirada amenazante. La carrera era el inicio, y el llegar a contraer era el perderse de la posibilidad, acechar al que nos vio partir y con los párpados apretados interpretar el movimiento, la mano que venía suave y tendida para definirla como eterno reflujo.
Cuenta la leyenda que hubo una vez, en algún lugar distante, un pensamiento inspirado, por sobre antiguos sistemas metódica y voluntariamente articulados, que se embarcó en la travesía de crear un orificio, digamos una especie de pórtico camuflado, por donde escapar a la opresión de toda concepción de la forma pesada de las cosas. En su interior había aparecido el preciado ideal vaporoso que podría limpiar la fuente fidedigna en la imagen de una escalera.
Peldaño a peldaño concibió la prueba, y en cada tabla salvadora un nuevo doblez aparecía sólo presentido por el paso que ascendente de la espera cada nuevo rostro le ofrecía. Porque un pie al otro se le unía emergiendo desde el peligro que implicaba la caída. Toda gloria debía ser aniquilada, sólo el silencio era el olivo que podía sostener en la subida. Todo un ejercito de brazos había concluido segado en la grosura de su carne. Algunas ramas aparecían ahora visibles, alejadas de su trino, enflaquecidas sus espigas. Y desde el valle sus dedos escamoteando los altares presentían otro monte, otro río que en majadas de viento aparecían. En cada peldaño una voz distinta acercaba el bramido del fruto dejado en la cosecha. Murmullo que es multitud en el recuerdo agasajaba cierto repiqueteo de la imagen de un Sol que latente en la retina al ojo caer hacía. Y lo creían diverso Sol, fructífero brote del evento.
(...caída que significas mirada que elige de entre las sombras y trae justo el momento. Caída que ya has sido encuentro de una calle solitaria en los ojos del caballo, frenado en cada esquina de sus bríos y tu eco, por otro mundo. Mirada que me eliges, triste pérdida que es desvirtuación posible. Enloquecido amo de tu rostro que trajina con la fuerza, con semejante orgullo te paras frente a mí; cómo puedes, no lo hagas partir; fijado por la sombra, semejantes puertas de ti no pueden ser abiertas, anticipa las otras de la fuente y preséntate al atardecer con nuevo nacimiento de otro juicio, no impongas fortaleza cuando sólo necesitas mano incierta, aire que bañe de todo pensamiento, encontrar en la tibieza jamás anillo que te guarde la sabia en la riqueza. Dirección no existe de tu calle, junto a ti sólo el movimiento confía de la espera.)
Cada mirada soy yo misma –Bárbara ante el tiempo trascendida en el evento. Trenza tupida que haz perdido tu liga puedes ser ahora el pasto de una fuga... Ángel de tu altar no me recibas en el deslumbramiento; deja crecer otra esquina y convida a la pregunta... Ascenso que hace escapar el peldaño lodo no registras atrapante y fino; y al crear la forma la pierdes expandida, untada de teorías qué puede hacer la arboleda –encontrarse en el camino junto a la piedra necesaria que no cabe en ningún libro, porque tiene un nombre que confunde; y ser lapislázuli pudiera, y rubí que le hace brillar, más se queda con la Luna. Sentarme puedo en ella aunque me paro para buscar nuevamente en el espejo y borro la forma, y la pinto, construyo el marco y lo cuelgo frente al río para que al pasar alguna vez voltear haga la cabeza y lanzo la moneda, plateada que marcará la vuelta. Acusadora es la moneda al ascender desde el paréntesis, estupor del ojo que la mira en su deliberación que es el filo de la piedra.